El Diario Secreto de Itziar

Hola, mi nombre secreto es Itziar. Tengo 10 años. Soy de Vigo, pero vivo en Madrid. Me gusta estar con mis amigas, aunque a veces se ponen un poco chulas. Me gusta mucho aprender lo que me enseñan los profesores en el colegio. No me gustan los chicos: ¡porque son unos pesados!. Si quieres conocerme un poco más, puedes visitar este diario.

martes, junio 27, 2006

La princesa y el manjar

Cuento...
INVENTADO POR: Laura
ESCRITO POR: Antonio, Laura e Itziar
DIBUJADO POR: Antonio
IMAGENES ESCANEADAS POR: Sebastián
COLOREADO Y RETOCADO EN EL ORDENADOR POR: Itziar




Hace muchísimo tiempo vivó una princesa muy guapa que tenía el cabello negro y liso con una trenza encarnada en el pelo.

Un día salió de su castillo para coger deliciosas frutas. Encontró un árbol con una fruta que nunca había visto. La princesa, hipnotizada por el aroma de la fruta, que se llamaba coballa, fue a buscarla. Cogió la fruta con dulzura.



De pronto, vino una ráfaga de aire y le quitó la fruta de un tirón.

La princesa fue corriendo hacia la cueva del dragón. El dragón, enfadado por la visita, empezó a gruñir: “grrr., grrr….” La princesa, asustada, empezó a gritar. Entonces vio la fruta en el Templo de Los Manjares. Lala, que así se llamaba la princesa, fue corriendo por los campos de tulipanes. Cuando llegó, la fruta ya no estaba. Lala siguió mirando a su alrededor pero no encontró nada. Por eso se metió en el Templo. Al llegar encontró las frutas más deliciosas del mundo. Ella sólo estaba interesada en la fruta coballa, las demás le daban igual.



De pronto, vio la fruta pero… ¡Alguien le tiraba del vestido! La estaban sacando del templo a rastras. Cuando terminó la vuelta hacia atrás, ella estaba en su casa y volvió a ver el árbol. ¡Las frutas no estaban! Lala se puso como una fiera pero luego se calmó porque vio una corona. Se la puso y no se la podía quitar, pero le daba igual. Ella sólo pensaba en la fruta coballa, la quería ya. No sabía qué hacer.



Lala, ansiosa por la fruta, se subió al árbol, y vio algo que le llamó la atención. ¡Un espejismo en el aire! Era un castillo de espejismo. Era su castillo, no sabía lo que estaba pasando. De pronto, desapareció. La fruta cayó del castillo. Ella bajó del árbol, y a todo correr, fue adonde cayó la fruta coballa. ¡La cogió, por fin! Cuando la iba a morder, una lengua viscosa la cogió. Era una rana viscosa y asquerosa. Estaba en un nenúfar. Lala no se quería meter en el agua ¡Le daba miedo!

La rana le dijo que si podía darle un beso. A ella le daba igual besar una rana, así que la besó. De pronto, la rana se convirtió en un príncipe y le dijo…

- Soy el príncipe Miguel, una pregunta ¿Quieres casarte conmigo? Ya sé que soy un precipitado, pero tú me has salvado.

Lala, desconcertada, dijo que se lo pensaría pero… ella tenía una pregunta y le dijo a Miguel:
- Si me caso contigo ¿Me darás la fruta coballa?

Miguel, que no sabía qué era la fruta coballa, le mintió. Así que le dijo que se la daría si se casaba con él.

Lala, contentísima, se puso a saltar, pero… antes tenían que librarse del padre de Miguel y de la madre de Lala. Eso era difícil, porque el padre de Miguel era como una sanguijuela y la madre de Lala un buitre. Lala le dijo a Miguel que le diera YA la fruta. Miguel, cogiendo una fruta que se encontró en el suelo, se la dio a Lala. Tuvo suerte ¡Era la fruta coballa!

Lala se la metió en la boca y… ¡Qué asco, sabía fatal! ¡Todo eso por una fruta que ni siquiera sabía bien! Lala le puso por encima chocolate y… ¡Qué delicia! ¡Estaba de muerte!

Ya sabía que ingrediente le faltaba ¡El chocolate! Chocolate líquido, claro.

Miguel se compró un traje de boda y Lala también. Cuando se lo explicaron a sus padres, Miguel y Lala se taparon los oídos para no escuchar sus gritos. Pero algo no salió bien. Miguel desapareció. Lala, llorando, llamó a su hada madrina. El hada le dijo:

- A Miguel nunca lo vas a volver a ver.

Lala, para consolarse, se compró un pájaro blanco con los plumones de color azul. Lala le oyó hablar con la voz de Miguel ¡Era Miguel! Pero Lala no lo supo nunca, porque cada vez que lloraba, la voz de Miguel desaparecía.

Y ADIOS. LA HISTORIA ACABA AQUÍ.